Últimamente no hay viaje que haga en el que no tenga un micro infarto debido a despistes propios cual viajera del IMSERSO. Mi madre tiene la teoría de que como he viajado tanto y he usado tantos transportes, voy «demasiado» relajada y no en tensión como el que va a un aeropuerto la primera vez, y claro, me despisto y la voy liando. Creo que tiene razón.
Ayer me dejé la maleta de mano en el Mc Donalds de la T4 de Madrid y me di cuenta al lavarme las manos en el baño de la puerta de embarque. Sí señores, lo típico que oyes por megafonía «Se ha encontrado maleta olvidada» y piensas «hay que ser gilipollas, dado además el nivel de paranoia (tristemente justificada) que existe en los aeropuertos, como para que a alguien le pase«. Pues eh! Aquí estoy! (Icono de whatsapp que levanta la mano). Afortunadamente mi carrera-trote cochinero hacia el Mc Donalds (al principio, en sentido contrario, -gracias arquitectos de la t4 por hacerla tan anodina que una no sabe hacia dónde va-), me llevó a encontrar la maleta justo donde la dejé, así que sudando como un pollo, llegué a la puerta de embarque del siguiente vuelo con cara de pocos amigos y oliendo a choto.
Y creo que es bueno que me pare a reflexionar sobre este hecho, realizando el TOP 3 CAGADAS VIAJERAS, rollo los 40 principales, para ir in crescendo hacia la apoteosis final.
En el tercer puesto tenemos el bonito hecho de llegar a Madrid y no poder continuar el viaje hacia Andalucía. Está la vez en que los astros se alinearon y llegué de Suiza con tiempo a coger el último tren, cuando al «embarcar», la chica de RENFE me dijo que mi billete estaba anulado y que hasta luego, morena. By the face. El sentimiento de impotencia fue máximo al ver el AVE de las 21.20 partir hacia Sevilla y a mí con cara de gilipollas sin tener alternativas y sin yo haber anulado nada. Esto no se resolvió aunque puse reclamaciones sin descanso, y debo decir que RENFE me estafó 75€ POR TODO EL JETO.
Intenté alquilar un coche, pero dados los precios desorbitados, jugué la baza de que me aplicaran la tarifa de mi empresa y cuando coló y ya todo parecía resolverse… Tachán! No tenía el carnet de conducir encima y sin presentarlo, niente de coche! Bieeeeeen! (Tras esto, hubo unos 5 minutos en que lloré). Esto se resolvió cogiendo un autobús nocturno que me dejó en Córdoba a las 6 o 7 de la mañana y que fue una auténtica tortura.
En el segundo puesto está la vez en que dejé el coche en el aeropuerto de Ginebra en uno de estos servicios que te lo recogen, se lo llevan a aparcarlo en sus instalaciones (más barato que dejarlo en el parking del aeropuerto), y te lo traen cuando vuelves (lo que en USA llaman valet parking). Eran como las 5AM y mi ritmo circadiano empieza a las 10, si sirve como excusa. Lo genial fue que me dejé el móvil en el asiento del copiloto con todas las tarjetas de embarque. Me di cuenta al subir la escalera hacia el control, y tachán! Adrenalina que corre por mis venas y a correr para que no se hubieran llevado el coche. Llegué ahogada pero no había nadie cerca del coche y yo no tenía la llave. Subí, y resulta que el chico había ido a comprarse un café, vino y menos mal que me acompañó y me lo devolvió. Ohú.
Y por último el top maxi momento de cagadas viajeras fue el día en que llegué al aeropuerto de London City y al pasar el control escaneando el móvil, me dice «acceso no autorizado», miro el billete y… mi vuelo salía de Heathrow, en la otra punta de Londres! (Nota mental: fijarse cuando una compra vuelos low cost y son en aeropuertos distintos de la misma ciudad). Aquí el infarto fue máximo. Tenía una hora y poco para la salida de mi vuelo y era prácticamente imposible que llegara.
La chica de la aerolínea simplemente se descojonó de mí y me dijo que ese día ya no había más vuelos a Suiza ni para venderme ni para cambiarme ni nada. Pregunté a un señor muy aburrido de los transportes londinenses si un taxi me salvaría, pero me dijo que sería peor y que lo único que podía intentar era correr en el transporte público. (Todo esto metiendo prisa y en milésimas de minuto). Así que voilà, corrí cual gacela por los metros de Londres con la maleta de mano en la ídem, empujando gente, preparándome en cada cambio de estación para ser la primera, sudando como un luchador de sumo, y llegué al aeropuerto a la hora en que abría el embarque de mi vuelo. Cola de seguridad infinita, así que solo se me ocurrió una cosa: gritar. Es bastante efectivo, la verdad. La gente me veía con la cara colorada, corriendo y sudando, así que dudo de si se apartaban por solidaridad o por simple asco. El caso es que yo, la loca que iba gritando «mi vuelo está saliendo! Por favor, déjenme pasar!» (Pero así en inglés con acento desesperado), llegué a la puerta cuando estaban diciendo «última llamada», y la puerta del finger se cerró detrás de mí. Ohú doble.
La verdad es que simplemente poniendo un poco de atención no la hubiera liado tan parda, pero como paciente de este síndrome que te vuelve gilipollas a medida que pasas más tiempo en aeropuertos, me pondré recordatorios o algo…
Feliz resto de semana, que ya es jueves!