Llevo apenas dos semanas en el nuevo trabajo, y estoy flipando. Lo flipo por cómo un lugar a donde voy a trabajar pueda ser así, y porque el resto de los trabajadores parezcan tan acostumbrados a ello y vayan tan tranquilos por la vida. Cómo se nota que muchos de ellos no han sido ni meta-becarios (a.k.a., el becario del becario, true story), ni mileuristas, nadie les ha susurrado la palabra «fugoneta» al oído o les ha dicho «Qué pronto te vas hoy del curro, no?» a las 19.45 de un martes cualquiera.
El caso es que trabajo en un edificio salido de la guerra de las galaxias, donde hay dos puntos nespresso de aproximadamente el doble del tamaño de mi cocina en cada planta para echarte ahí los cafeles y téseles que quieras. Hay un gimnasio, una guardería, un restaurante panorámico con un stand de sushi y… una «sala zen», con unas cabinas donde te metes, te programas una siestecita y aquello te pone musiquita y te da masajes.
Desde el primer día, mis impulsos más primarios me pedían hacerle fotos a todo para enseñárselo a mis amigos y a mi familia, pero me he contenido para no ser yo ahora la cateta a babor del lugar. Así que las haré a escondidas.
Huelga decir que mi primer día, en mi puesto de trabajo, ya había un cartel de cristal con mi nombre y un señor australiano con chaqueta y corbata me estaba esperando para configurarme el pc. Creo que estuve a punto de llorar más veces ese día que viendo E.T.
Tengo la sensación de haberme colado allí. Aunque el trabajo en sí no vaya a ser un reto intelectual supremo (estoy aprendiendo los procedimientos aún y parece bastante asequible), es un gustazo trabajar en ese ambiente, con horarios flexibles, todo mega-pensado (nivel: el escritorio tiene un motorcito para subirlo y bajarlo por si quieres alternar el trabajar de pie o sentado), y nada que ver con ningún sitio donde haya trabajado o donde haya estado.
Me hace pensar lo injusto que es que las casi 1000 personas que estamos allí tengamos estas ventajas, y que mi mejor amigo, con dos carreras y haciendo el doctorado en España, tenga que hacer malabarismos para superar el mileurismo, y dar encima las gracias por tener trabajo. En fin, una tampoco olvida de donde viene, pero eso me hace apreciarlo más.
Bonne nuit!